He querido aprovechar este artículo que publico en el diario www.eldiario.es, para colgarlo también como post en mi blog.
Otro 8 de marzo, otra vez un motivo para hacer balance de los retos alcanzados, de los pasos desandados y de las piedras que adivinamos en el camino.
Este año, la Unión Europea ha querido llamar la atención sobre la importancia del empoderamiento económico de las mujeres, porque la falta de recursos y de autonomía es una de las causas más directas de la desigualdad.
A día de hoy, las mujeres europeas ganan de media un 16% menos por hora que los hombres. Y de seguir el ritmo actual, hasta 2086 no llegarían a cobrar lo mismo que los hombres.
Una brecha salarial que persiste a pesar de que las mujeres obtienen mejores resultados académicos, llegando a representar el 60% de las graduaciones universitarias de la Unión.
Pero cuando salimos de las aulas y dirigimos la mirada a los núcleos de poder y a los puestos de dirección de organismos públicos y empresas privadas, es sorprendente comprobar que incluso en aquellos sectores dominados por mujeres, ellas están infrarrepresentadas en los puestos de responsabilidad. Y cuanto más alto es el nivel, menor la representación, como demuestra el hecho de que las mujeres no superen el 20% de los miembros de juntas directivas de las mayores empresas que cotizan en bolsa en el territorio de la UE y ni siquiera alcancen el 5% de los puestos de dirección de dichas juntas.
No es comprensible que las empresas desechen más de la mitad del talento y de las capacidades de la sociedad. No sólo es injusto, sino que desde el punto de vista de la eficacia económica es un error, porque valorar a las mujeres por el trabajo que realizan y pagarles por sus competencias y su potencial mejora el rendimiento y la eficacia de una empresa. Y también redunda en beneficios para la sociedad, como recoge un estudio de la Comisión Europea sobre cómo combatir la brecha salarial entre hombres y mujeres en la UE, que asegura que si la participación en el mercado fuera equitativa, el PIB aumentaría un 30%.
El principio de igual retribución por un mismo trabajo o para un trabajo de igual valor está consagrado en el Tratado de Roma –que el próximo día 25 cumple 60 años–, y la obligación de las instituciones comunitarias es mejorar la legislación vigente e implementar medidas para cumplir con este compromiso.
Pero es también una cuestión de voluntad política, como vemos en ciertos países que han puesto en marcha medidas específicas para combatir la brecha salarial. Francia, Luxemburgo y Suiza han desarrollado una herramienta en línea –Logib– que permite a las empresas analizar sus estructuras de pagos y personal; Austria ha creado una calculadora de sueldos y salarios; y en Suiza las empresas obtienen un logotipo que certifica la igualdad de retribución si demuestran que han aplicado una política de salario justo entre mujeres y hombres.
Los salarios más bajos –o directamente la falta de salarios– y el trabajo a tiempo parcial tienen un impacto de largo alcance en la vida de las mujeres, que al final de su ciclo laboral cobran pensiones más bajas y tienen un mayor riesgo de pobreza en la tercera edad.
En Europa, las jubiladas cobran de pensión un 40% menos que los hombres, una brecha que las condena a una vida con menos autonomía, menos poder de acción y a una vejez con menos recursos.
No podemos tolerar que nuestras sociedades desaprovechen el talento y las capacidades de más de la mitad de la población. Ni tampoco nos callaremos ante quienes consideren que la brecha salarial está justificada.
Mientras exista una sola persona que defienda que las mujeres deben cobrar menos porque son más débiles o más pequeñas, seguiremos alzando nuestras voces quienes creemos en la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos.
Y ante las personas que desde su escaño justifican que las mujeres valemos menos, nos levantaremos y les plantaremos cara.
6-marzo-2017
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