Esta noche me siento triste… Hoy nos han dejado dos grandes literatos, Günter Grass y Eduardo Galeano. Los dos, sin duda, grandes creadores de sentimientos a través de sus magníficos textos, Grass testigo incómodo de la Europa del Siglo XX, y Galeano, intelectual de izquierdas, luchador contra la tiranía y elegante, siempre, con las palabras…
Galeano, a quien quiero dedicar especialmente este humilde post en mi blog, recién se fue y ya deja una ausencia en mi interior, porque tantas noches como la de hoy, me acompañó y me envolvió con sus palabras, me emocionó, me hizo pensar y hasta llorar… Decía que los libros respiraban, que los textos estaban vivos, por eso volveré a leerle, porque ya no podremos disfrutar de su presencia física, pero siempre podremos seguir gozando con su obra, una obra que sigue, y seguirá, viva por siempre…
Es por eso que sólo puedo decirte «Adiós, Galeano, que la tierra te sea leve»… Y gracias, por tanto que nos diste.
Y acompaño estas palabras de despedida, con unos textos breves suyos que, bajo el título de ‘Mujeres’, dicen así:
MUJERES
Eduardo Galeano
San Juan Crisóstomo decía: «Cuando la primera mujer habló, provocó el pecado original» y San Ambrosio concluía: «Si a la mujer se le permite hablar de nuevo, volverá a traer la ruina al hombre».
La iglesia Católica, les prohíbe la palabra.
Los fundamentalistas musulmanes, les mutilan el sexo y les tapan la cara.
Los judíos muy ortodoxos empiezan el día agradeciendo: «Gracias Señor por no haberme hecho mujer».
Saben cocer.
Saben bordar.
Saben sufrir y cocinar.Hijas obedientes.
Madres abnegadas.
Esposas resignadas.Durante siglos o milenios ha sido así, aunque de su pasado sabemos poco.
Ecos de voces masculinas. Sombras de otros cuerpos.
Para elogiar a un procer se dice: «Detrás de todo gran hombre hubo una mujer», reduciendo a la mujer a la triste condición de respaldo de silla.
Hoy voy a contarles, a mi modo y manera, algunas historias de mujeres que no siempre coinciden con éste identikit.
Mujeres
Están allí pintadas las paredes, los techos de las cavernas; alces, bisontes, figuras que vienen de eso que llaman Prehistoria; caballos, fieras, hombres, mujeres que no tienen edad. Fueron pintadas, pintados, hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira.
Y uno se pregunta: ¿Cómo pudieron ellos, nuestros remotos abuelos pintar de tan delicada manera?, ¿Cómo pudieron aquellos brutos que peleaban mano a mano con las fieras más feroces, crear esas figuras tan, tan plenas de gracia, esas mágicas obras volanderas que se escapan de la roca y por los aires vuelan?, ¿Cómo, cómo pudieron ellos?… ¿O eran Ellas?
Puntos de vista / 1
Si Eva hubiera escrito el génesis… ¿Cómo sería la primera noche de amor del género humano?. Eva hubiera puesto algunos puntos sobre las ies; quizá, digo yo, no sé, hubiera aclarado que ella no nació de ninguna costilla, que no conoció a ninguna serpiente, que no ofreció nunca ninguna manzana a nadie y que nadie le dijo que: «Parirás con dolor» y «Tu marido te dominará»… Y que todo eso, diría Eva, no son más que calumnias que Adán contó a la prensa.
Puntos de vista / 2
Si las Santas, y no los santos, hubieran escrito los Evangelios… ¿Cómo sería la primera noche de la era cristiana?. Las Santas hubieran contado que estaban todos de muy buen humor; todos: la Virgen, el niño Jesús resplandeciente en su cuna de paja, el buey, el asno, los Reyes Magos recién venidos de Oriente y hasta la estrella que los había conducido a Belén… Todos, todos contentos, menos uno. San José, sombrío, murmuró: «Yo quería una nena».
Hildegarda
En el año1234 la religión católica prohibió que las mujeres cantaran en las iglesias. Las mujeres, impuras por naturaleza, ensuciaban la música sagrada que solo podía ser entonada por niños varones o por hombres castrados. Esta pena de silencio rigió durante siete siglos, siete siglos y pico, hasta que, con el siglo XX, hace un rato nomás, las mujeres pudieron cantar en las iglesias solas o en coros. Poco antes de que se pusiera en marcha esta prohibición contra las hijas de Eva, hubo una monja llamada Hildegarda, que dirigió un convento a las orillas del Rin, en una ciudad, Bingen, y que creó la música litúrgica que a mí me parece la más bella de todas, la que más me llega, la que más profundamente me llega al último rinconcito del alma. Y esa música fue escrita, compuesta para ser cantada por mujeres, las monjas de la Abadía de Bingen que dirigía Hildegarda; y por suerte el tiempo no les borró las voces, esas voces de ángeles que supieron cantar como nadie a la gloria del paraíso. Y, Hildegarda no se limitó a componer música maravillosa, que durante siglos fueron traidoramente entonadas por hombres porque las mujeres no podían cantarlas, sino que además fue una adelantada de su tiempo, que hace muchos años, ochocientos años, año más año menos, supo desafiar el monopolio masculino del convento y convirtió a su convento en un reducto, en un santuario de la libertad femenina…Y que supo escribir en sus trances místicos páginas que han perdurado, donde la mujer ocupa un lugar central, porque Hildegarda decía, y sabía lo que decía, que: «La sangre de veras sucia no es la sangre de la menstruación sino la sangre de las guerras».
Teresa
Cuatro siglos después, por esas vueltas raras de la vida y de la historia, Teresa se había convertido ya en un símbolo de la cristiandad y en un molelo de la mujer ibérica. Fué Santa, Teresa, ejemplo de virtud… Y sus pedazos andaban por todas partes. Franco, en aquella larguísima agonía, supo tener un brazo de Teresa en la mesita de luz, para que lo ayudara a pelear contra el diablo, y defenderse de sus tentaciónes… Y bueno… Y otros pedazos, otros pedazos de la pobre Teresa fueron a parar a diversos destinos, incluyendo un pié, que está todavía en Roma.
Juana de Arco
No había hombre que pudiera con Juana. Ni en el arado, ni en la espada.
Al mediodía, en el silencio del huerto, escuchaba voces. Le hablaban los ángeles, los santos y también le hablaba la voz más alta del cielo, que le decía: «No hay nadie en el mundo que pueda liberar a Francia, solo tú»… y ella lo repetía, siempre citando a su fuente… «Me lo dijo Dios», decía. Y así esta pobre campesina analfabeta, nacida para cosechar hijos, encabezó un gran ejército, un inmenso ejército que a su paso crecía. Juana de Arco, doncella guerrera… virgen por mandato divino o por pánico masculino, avanzaba de batalla en batalla. Lanza en mano, cargando a caballo contra los soldados ingleses, fue invencible…hasta que fue vencida.
Los ingleses la hicieron prisionera y decidieron que los franceses se hicieran cargo de «la loca». Por Francia y por Dios fue abatida. Y los funcionarios del Rey de Francia y los funcionarios de Dios, se encargaron de mandarla a la hoguera.Ella, rapada, encadenada, no tuvo abogado. Pero los Jueces, el fiscal, los expertos de la inquisición, los obispos, los priores, los canónigos, los notarios y los testigos, coincidieron todos sin excepción con la Docta Universidad de la Sorbona, que ya por entonces tenía un prestigio muy bien ganado.
La Universidad de la Sorbona dictaminó que Juana, Juana de Arco, la acusada, era: cismática, apóstata, mentirosa, adivinadora, sospechosa de herejía, errante en la fe y blasfemadora de Dios y de los Santos.
Tenía 19 años cuando la ataron a un palo en la plaza del Mercado de Rouen (Ruán)… y el verdugo encendió la leña.
Después pasó el tiempo y su patria y la iglesia, que la habían asado viva, la convirtieron en Heroína y Santa, Símbolo de Francia y emblema de la Cristiandad.
Olympia
Fueron femeninos los símbolos de la Revolución Francesa. Mujeres de gorro frigio, las tetas al aire, cabellos al viento, banderas al viento. Pero la Revolución Francesa proclamó los derechos del hombre y del ciudadano. Y poco después una militante revolucionaria, la actriz Olympia de Gouche propuso que la Revolución aprobara también una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la ciudadana. Y un tribunal revolucionario la condenó y la guillotina la decapitó.
Cuando Olympia de Gouche estaba por subir al cadalso preguntó : «Si las mujeres podemos subir a la guillotina… ¿Por qué no podremos subir a la tribuna pública?.
Una semana después la Revolución Francesa decapitó nada menos que a la mujer del ministro del interior, por ocuparse de política… «que esas no son cosas de mujeres».
Y algunos años más tarde, cuando la primera comuna de París, un período revolucionario de grandes cambios, donde se aprobó el Sufragio Universal…universal pero no tanto…porque se sometió a votación en la Asamblea hasta dónde era universal el Sufragio Universal… y resultó que los votantes, todos hombres, votaron contra el voto de la mujer; las mujeres no tenían derecho de voto por resolución aprobada en 899 votos contra 1, aprobada por unanimidad menos uno.
Edelmira Agustini
Ocurrió en Montevideo hace muchos años, exactamente en 1914, y ocurrió en una pieza de alquiler dónde un marido citó a su mujer, de la que estaba separado, y queriendo tenerla, queriendo quedársela… la amó y la mató… y se mató.
Publicaron los diarios uruguayos las fotos del cuerpo, del cuerpo de ella, tumbado junto a la cama… Edelmira Agustini, poeta, abatida por dos tiros de revólver, desnuda, como sus poemas, toda desvestida de rojo…»Vamos más lejos en la noche, vamos…», había escrito; y había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos; y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo es como la razón, un privilegio masculino. Y entonces ocurrió el sepelio, el entierro… Y ante el cadáver de Edelmira se derramaron lágrimas, creo que lágrimas de cocodrilo…, y frases, solemnes frases a propósito de tan sensible pérdida para Las Letras Nacionales que hoy viven un día de luto… Pero en el fondo, en el fondo los dolientes suspiraban con alivio…»la muerta muerta está y más vale así».
¿Pero muerta estaba esa muerta? ¿No son sombras de su voz y ecos de su cuerpo los amantes que en las noches del mundo arden? ¿No le hacen un lugarcito a Edelmira Agustini en las noches del mundo, para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes
Violeta
En los tristes años de la dictadura del general Pinochet, en Chile, el Régimen decidió cambiar los nombres de veinte poblaciones de los suburbios más pobres de la ciudad de Santiago; y en el rebautizo, una de las poblaciones, la población Violeta Parra, recibió el nombre de algún militar heroico, pero sus habitantes se negaron a llevarlo, se negaron a llamarse con otro nombre que no fuera su nombre; y en unánime Asamblea dijeron: «Somos Violeta Parra o nada». Y así rindieron homenaje, una vez más, a aquella campesina cantora, de voz gastadita, que en sus peleonas canciones había sabido celebrar los misterios de su tierra y de su gente.
Violeta era, era pecante y picante, amiga del guitarreo y del converse y del enamore y por bailar y por payasear se le quemaban las empanadas… «Gracias a la vida…» cantó en su última canción y un revolcón de amor la arrojó a la muerte.
Tamara
Tamara Arce desapareció al año y medio de edad. Fue encontrada por las Abuelas de Plaza de Mayo. Rosa, la madre de Tamara había sido presa, torturada y violada y fusilada con balas de fogueo…Y había estado ocho años sin saber nada de su hija. Cuando Las Abuelas la encontraron, la madre y la hija se miraron al espejo juntas y se rieron y no podían parar de reírse porque eran iguales; y tenían los mismos lunares en los mismos lugares; y entonces cuando llegó la noche, esa primera noche del reencuentro, Rosa, la madre, bañó a Tamara, la hija; y la enjuagó, y la jabonó y enjuagó y una vez y otra…la bañó una vez y otra y otra… no podía sacarle el olor, un olor espeso, como dulzón y Rosa sabía que conocía ese olor y no podía ubicarlo… no sabía por qué, no había manera, no había jabón que lo quitara; y entonces, de pronto Rosa recordó que ese era el olor de los bebés cuando acaban de mamar. Rosa no podía explicárselo, pero Tamara la hija tenía nueve años y olía a recién nacida.